Tuesday, June 26, 2007

Solos (los sin sol).

Otra liturgia de la lisergia que nos apea de lo superfluo. Pateando el oscuro boulevard hacia la luz del alma, un profeta de la soledad se hace carneen nuestro camino y su historia se aferra a la locura como un abrojo sabio.
La tormental arremolina y surge una nueva puerta de esas que duelen al ser abiertas. Girando el picaporte ya rechina un murmullo turbio que te exige aislarte. Aislarte entre la multitud.
Rayos como gotas de lluvia y llanto desconsolado. Arden mil soledades en este lugar, y comprendiendo todo te dejás llevar hacia el núcleo del infierno.
¡Qué distinta esta sensación!
Qué jodido sentir lo que sienten ellos: que no te creen, que no te esperan, que no te buscan y menos quieren encontrarte. Que por más que tu verdad sea indiscutible, no habrá un alma que la cobije, que la apañe, que la promueva, que la grite, que la defienda.
Ser tu propia trinchera ante las tropas del mundo.

Lo profundo comulga con esa sensación, y conoce la verdadera soledad, esa de la que tanto hablamos y tan poco, realmente, sabemos.Sentirse isla en la nada, barquito del océano vacío. Desgarrarse ante todos y que ni uno se conmueva. Ante ese abandono, todas las conjeturas se hacen polvo que ningún viento llevará.
¿Y quién puede pretender así que un espíritu roce el cielo con su conducta?

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